Practicar yoga no es solo moverse en una esterilla durante una hora. Es una forma de vivir, una actitud que poco a poco se va colando en cada rincón de nuestro día. La práctica diaria no solo fortalece el cuerpo y calma la mente, también nos recuerda que cada día es una nueva oportunidad para escucharnos, observarnos y volver al centro.
Mantener una rutina, aunque sea breve, ayuda a cultivar presencia, constancia y claridad. Incluso si un día no puedes hacer una clase completa, dedicar unos minutos a respirar, estirarte o simplemente sentarte en silencio ya es práctica. Y eso, con el tiempo, transforma.
Más allá de la esterilla está la verdadera esencia del yoga: cómo reaccionamos ante lo que sucede, cómo cuidamos de nosotras mismas y cómo nos relacionamos con el mundo. Porque al final, la práctica no termina cuando enrollamos la esterilla. En realidad, ahí es cuando empieza.